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La piel de la arquitectura

Son los detalles los que hacen al conjunto, es la suma de las partes lo hace interesante un todo.

En esta ocasión vamos a tratar de un elemento modesto, pero no menos importante: la pintura mural.
La pintura mural es, en palabras de Juan Benito Artigas, “la piel de la arquitectura”, la epidermis que protege al inmueble y le aporta interés. Un edificio sin los acabados, es como un hombre desnudo o peor, como un desollado.

Huichapan conserva buena parte de los aplanados antiguos de las casas, gracias a las condiciones ambientales y al cuidado de su gente. No ha sucumbido a la moda petrófila que ha “desnudado” numerosos inmuebles históricos en Morelia y en otras ciudades coloniales.
Una de las posibles razones por la que se conservan los aplanados es precisamente porque se cuenta en los alrededores de la población con numerosos bancos de piedra, es decir, cuando se deseaba mostrar la piedra al natural, se podía conseguir en abundancia para hacer sillares como los que exhibe la portada del la parroquia de San Mateo. En cierto sentido, la piedra no era un lujo del que se podía ostentar. Pero lo más habitual era cubrir, tanto la piedra tallada en sillares como la piedra sin labrar, por gusto y por razones de preservación. Los aplanados de cal y arena dan impermeabilidad, cohesión y por ende, protección a los muros.

Esos muros, ya blanqueados con cal, eran amplios lienzos que, conforme al gusto de la época, no podían quedar en blanco y en atención a las posibilidades del que pagaba, podían ser más o menos “ricos”. Los más interesantes tenían motivos que podían emular grandes sillares o trampantojos, figuras geométricas o vegetales, generalmente en un patrón repetitivo.

Un ejemplo que aun es posible observar y habla de hasta que punto fue aprovechado el legado del capitán Manuel González en la construcción de la parroquia de San Mateo, se conserva en lo alto del muro testero del brazo del templo. Es un muro bien visible desde la plaza principal.
Es un fragmento que muestra motivos florales en negativo sobre recuadros rojos, intercalados con recuadros blancos. Los motivos florales alternan flores de cuatro pétalos y flores de liz dispuestas horizontalmente.
Además, en ese muro es posible ver irregulares líneas horizontales y verticales, como “costuras” blancas entre las tareas, o tramos de aplanado que un albañil hace en un día de trabajo.

Se conserva un ejemplo similar en Amecameca, Estado de México, en la portada del templo, que fue restaurada siguiendo el patrón repetitivo original.

Recomendable leer el artículo sobre Los acabados de los monumentos novohispanos y la petrofilia al final del siglo XX, haciendo clic aquí.

¿Qué hace ese hombre allá arriba?



En lo alto de la torre campanario de la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, templo que por dos siglos fue la iglesia mayor de Huichapan, se encuentra la escultura, en apariencia pequeña, de San Cristóbal. ¿Qué hace en lo alto ese personaje?

El campanario, posiblemente construido en 1692, fecha que aparece en la base de la torre, sobre la fachada, muestra un estilo claramente barroco novohispano. La torre esta compuesta por tres cuerpos y decorado por motivos vegetales y pilastras entorchadas por “perlas”, coronadas con penachos por capiteles(es decir, no coinciden con los ordenes conocidos: jónico, dórico, corintio, etc.).
En la clave de los arcos de los vanos del primer cuerpo, se observan los cuatro evangelistas y las esquinas de cada cuerpo ostentan pináculos, muchos ya perdidos.

Y en el remate, sobre una pequeña cúpula, San Cristóbal.

San Cristóbal es un santo fabuloso cuya leyenda se popularizó en el siglo XIII mediante la Leyenda Dorada. En ella se cuenta que ese personaje era un gigante, que orgulloso de su fuerza, se dispuso a servir al rey más poderoso del universo y se colocó al servicio de un monarca, pero al advertir que éste temía a Satán, lo abandonó por servir al diablo. Posteriormente, al advertir que el diablo temía la vista de una cruz, le abandonó para servir a Cristo, y sin tener manera de encontrarle, se puso a trabajar a las ordenes de un ermitaño, cruzando a los viajeros de una lado al otro de un río.
Una tarde, un niño le pidió lo pasase a la otra orilla y el gigante lo cargó en sus hombros, pero su peso era muy superior al de un niño, tanto, que con dificultad llegó a la otra orilla apoyándose en una palmera. Entonces el misterioso niño se dio a conocer como Cristo y le impuso el nombre de Cristóbal, que significa “el que porta a Cristo”.

Según la creencia popular este santo protege contra la mala muerte o muerte sin confesión y basta con mirar su imagen para estar protegido contra este peligro durante todo el día.
A pesar de que tanto la Reforma protestante como la Contrarreforma católica pusieron en entredicho la veracidad de su historia, en la Nueva España prevaleció su culto.

No es tan inusual la colocación de este personaje en los campanarios ya que se conoce que se pintaron grandes imágenes de este santo en los campanarios de Santiago Tianguistenco y Tochimilco (esta última, ya desaparecida) para ser visto a la distancia, pero es peculiar que sustituya a la cruz como remate. De ahí su importancia y rareza.

Presentan, tanto el santo como el Niño, una perforación a la altura del pecho, lo que ha dado pie a numerosas especulaciones.
Lamentablemente la cabeza del Niño fue fracturada posiblemente por el impacto de un proyectil o bala, así como las manos del Niño y el santo.

¿Qué hace entonces San Cristóbal ahí arriba? Protege desde hace 317 años a los pobladores de Huichapan contra la mala muerte… a condición de mirarle con frecuencia.